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  • Foto del escritorBerna Píriz Macías

Fue la mano de Dios

Actualizado: 4 dic 2022


San Gennaro y Maradona, el patrón y la gambeta divina: Napoli como religión. Una ciudad atravesada por la corrupción, la desigualdad y el olvido. La adolescencia con sus debilidades, anhelos y pasiones florecientes como marco narrativo donde se ubica la trama. El Mediterráneo es el escenario perfecto para desarrollar una historia dramática, realista, alegre y sensual. Sin la necesidad de tener que ahondar en el dolor ni hacer del sufrimiento un escaparate para atraer la atención del espectador, Sorrentino se desnuda de sus traumas vitales y los viste con una luz prodigiosa. No cae en el fatalismo frugal de la tragedia que vertebra el nudo de la obra y consigue abrirse en canal con la sutileza propia del que sabe lo que de verdad duele y trata de hacer magia con los pedazos que aún le quedan para provocar en el espectador una sonrisa aunque las lágrimas empapen cada línea del guion. El creador napolitano vuelve a mostrar su idilio y maestría con la cámara convirtiendo cada encuadre en una estampa plena de poesía, belleza, costumbrismo y sensibilidad. Fue la mano de Dios cuenta la vida del joven Fabietto, interpretado magistralmente por Filippo Scotti, en el Nápoles de los años 80. Una ciudad gris hasta que en el verano del ‘84 Diego Armando Maradona aterrizó en el San Paolo para imprimir en el alma napolitana el brillo de la grandeza y sacudir a base de golazos por la escuadra las telarañas de un sur de Italia acomplejado ante un norte clasista y testarossa con ínfulas de imperio y scudettos amañados. Fabietto es un joven que sueña con ser director de cine, sin amigos y tifosi del Nápoles. Con una vida marcada por las reuniones familiares, el descubrimiento de la sexualidad y la atracción hacia su tía Patrizia. De repente, un drama demoledor arrolla su vida y lo convierte en un joven aún más solitario y con la misión, cada vez más clara, de lograr ser un gran cineasta. El cine. Siempre el cine como salvación. Se trata de una película repleta de imágenes estimulantes. Sorrentino mantiene un tempo mesurado a lo largo de todo el relato dotando así a la cinta de un aroma a cine bien hecho. Elaborado con primor y ternura. Sin prisas. Sin petulancias marketinianas que imposibilitan la calma necesaria para saborear cada secuencia y hacer de cada plano una obra maestra. El director de La gran belleza, película con la que se coronó hace una década, vuelve a demostrar con esta producción cargada de honestidad y sentimiento que es el nuevo Papa del cine italiano.


Imagen: fotograma de Fue la mano de Dios


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