Malaventura es hondura y violencia, cante a medida, desierto y costumbre, sacrificio y muerte. Un western ácido. Un sueño lisérgico donde el tiempo se convierte en un elemento líquido que nos baña de sur, de un sur que siempre es el mismo: lejano y fronterizo. Los personajes te atraviesan y deambulan como fantasmas que nunca se han ido porque así es la muerte: imperecedera y viva más allá de las sombras y el olvido.
Hay libros que te penetran como una puñalada y están llenos de sangre y empapan tus manos y tus ojos y no puedes parar de leerlos porque no hay nada más importante que la página siguiente y así hasta abandonar tu cuerpo y despojarte de la piel y ser solamente huesos y tinta y sangre. De nuevo sangre. Con Malaventura no hay tregua. Las imágenes portentosas se suceden de una escena a otra: van y vienen de ninguna parte hacia ningún lugar como los forajidos de los westerns que imaginaba Leone en Tabernas o Guadix. Aquellos que llegaban a la cantina sin que nadie supiera de dónde para marcharse vestidos de héroes o villanos y perderse a lomos de su caballo entre el polvo, los cuervos y las sinfonías de Morricone.
Fernando Navarro utiliza un lenguaje preciso y contundente con una alta capacidad descriptiva generadora de una cadencia cinematográfica hipnótica y arrebatadora. Su musicalidad nos sumerge en el universo lorquiano que envuelve al libro como un pasaje iniciático de liturgia flamenca. Martinetes que te transportan al martillear antiguo de la fragua. Los cantes de las minas. La escritura a compás que emana de la pluma del autor nos revela el bullicio de palmas y tacones en las cuevas del Sacromonte.
La psicología de los personajes nos invade y provoca una atmósfera de misterio que imprime al libro de una carga sobrenatural bien trazada y cuidada por el recogimiento y exactitud de la literatura del escritor granadino.
Con su estilo directo y su dicción popular crea una especie de nuevo romancero que nos adentra en la raíz antropológica de la Andalucía oriental: con el sur como eje gravitacional y la desigualdad como estigma del anquilosamiento social. Ha sabido diseñar un abanico de personajes heterogéneos atravesados por el filo de la fatalidad y la derrota que se entrelazan en historias crueles y tremendistas cargadas de muerte, de desolación, de inocencia, de amores trágicos, de huidas imposibles, de costumbrismo mágico y de violencia. Mucha violencia.
Relato a relato Malaventura se convierte en una obra descomunal: un viaje hacia lo desconocido e imprevisible que a veces parece desbocarse, pero el pulso de Navarro mantiene, como los buenos jinetes, el tempo adecuado para alcanzar la gloria sin desfallecer ni caer ladera abajo y así lograr que el lector al fin descanse y comprenda que todo es fruto de la ficción y tal vez pueda seguir soñando.
Imagen: Ilustración portada de Malaventura, ed. Impedimenta