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  • Foto del escritorJuanse Chacón

Páradais

Actualizado: 4 dic 2022

Quién iba a pensar que todo se iría de madre. Más tratándose de dos chamacos soltando puras pendejadas privando en la noche. Páradais suena como si estuviéramos allí mismo presenciando el devenir de las circunstancias, la broma que se desviste y empieza a ser una posibilidad real, pese a lo atroz que pueda parecer en un primer momento. Arrastrados por una marea de ocurrencias adolescentes se va abriendo paso lo macabro, la idea brutal preña la realidad, se perpetra un plan diabólico después de noches y noches de borracheras, que Fernanda Melchor nos muestra con una pluma vertiginosa y fiel a la oralidad.
En un conjunto residencial de lujo, los dos adolescentes se citan por las noches. Franco Andrade, adicto a la pornografía, está obsesionado con su vecina, Marián, mujer casada y madre de familia. Mientras que Polo, su compañero de borracheras nocturnas, sueña con escapar de su trabajo como jardinero en la adinerada urbanización. También quiere huir de lo que le aprisiona el alma y lo mantiene angustiado día tras día: una madre en exceso controladora, un pueblo de narcos, la pobreza de tener que trabajar explotado para malvivir.
Franco Andrade pasa los días pegado a la pantalla con los pantalones en los tobillos y la mano en la pinga. Ha consumido porno de todos los colores pero desde la llegada de los Maroño a la residencial eso no le sacia y quisiera que las escenas de sexo fuesen de verdad. Espía a Marián desde todos los rincones de la urbanización y poco a poco se va introduciendo en la casa con la excusa de ser amigo de sus hijos. El personaje se nos describe como un gordo bobalicón a ojos de Polo, quien lo aguanta y escucha sus historietas de niñato para poder seguir chupando y fumando cigarrillos en el desembarcadero del río donde se juntan a la noche.
Polo en los momentos de mayor desolación por culpa del trabajo y su casa asfixiante, donde vive con su madre y su prima embarazada quizás por él y a la que no soporta, rememora la barca que iba a construir con su abuelo, personaje aludido en los pensamientos del chaval como un asidero demasiado nebuloso, más bien un sueño roto que se fue tras su muerte. No hay escapatoria. Se siente aprisionado. El río Jamapa, la barca y el abuelo simbolizan una libertad y naturaleza salvaje que se esfumaron, en contraposición a la atildada y repelente clase que vive en la residencial.
Con Páradais presenciamos una desigualdad social enorme a la que se suma el racismo, el machismo y la violencia que conlleva. Las viejas y eternas realidades se dan de la mano con las nuevas costumbres y aquí el factor de riesgo se multiplica. El ser humano retrocede y se vuelve de nuevo primate encogido frente a la pantalla. El impulso ciego gobierna los actos y Franco Andrade se convierte en un engendro peligroso producto de su propia clase social. Un querubín redondo con ricitos rubios y sonrisa de anuncio de dentífrico que desde las primeras páginas ya nos avecina que se va a coger a la madurita por las buenas o por las malas ante la incredulidad de Polo que cree que es solo fanfarronería.
Como un tren sin frenos a toda velocidad los hechos se precipitan cuando llega la gran curva de la noche señalada. A partir de aquí Fernanda Melchor nos da una clase de cómo ralentizar el tiempo, la sucesión de acciones que nos conducen al desenlace de una novela sorpresiva. Si se me permite un símil con el tenis, Páradais es un gran set fluido y desbordante que termina con un gesto de muñeca preciso, una dejada que nos queda con la boca abierta.




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